historias de bares
Bajé el pequeño
escalón lentamente. No puede disimular la cara de repugnancia que puse al oler
ese olor a refrito, a ensaladilla rusa de hacía por lo menos un mes, tortilla
de patatas por doquier y puros… Todo junto. ¿No sé supone que en los bares ya
no se puede fumar?
A la izquierda
un grupito de cuarentones barrigudos y sudorosos hablando a voces sobre el
partido del siglo, a la derecha, unos ochenteros más sordos que una tápia
jugando una “emocionante” partida de
dominó como si se tratara de la final de la Champions. En la barra, un grupo de
hombres ya borrachos a las cinco de la tarde que no me paraban de mirar.
Pensé: “Podría
decirle al jefe de escribir un artículo sobre los baretos de por aquí. Son todo
un poema…”
Vi una mesa
vacía. Me senté y pedí un café con leche.
Esperaba
impaciente mi taza mientras pensaba en todo lo que había pasado hoy en la
redacción. “Quiero una buena noticia, Alba, una noticia suculenta para el
periódico”- me decía mi jefe esta mañana.
Me fijaba en
todo, en la decoración antigua, en los trofeos de dominó de la estantería, en
las botellas de alcohol de detrás de la barra que ese grupito se miraba con
deseo, en las fotografías de las paredes, en la gente, en el ruido de la
máquina del café, en las conversaciones…
Me sirvieron el
café, estaba calentito, perfecto para ese día de diciembre tan frío.
Hice un pequeño
sorbo teniendo cuidado de no quemarme mis finos labios. Levanté la cabeza y lo
vi. Una mujer alta y delgada entró por la puerta con cara de asustada. Una osa
me llamó la atención: la chica presentaba un enorme moratón en el pómulo. ¿Cómo
se lo debía de haber hecho? Pasó por mi lado y se sentó en la mesa de atrás,
dónde recordaba que estaba un muchaho enfadado que tomaba una cerveza.
No pude evitarlo
y me puse a escuchar:
-¿Te parece
bonito llegar tan tarde? –dijo enfadado el chico- ¡Habíamos quedado a los
cuatro y media!
-Lo sé… -dijo
con una vocecilla- El tren se retrasó…
El chico rió con
fuerza:
-Vaya excusa…
¡Aquí la única retrasada eres tú!
Abrí la boca con
fuerza. No me lo podía creer:
-Pues eso
chiqui- continuó- Mañana vienen los de la empresa a cenar. Quiero que les hagas
un buen festín para dar buena impresión. Pásate todo el día en la cocina si es
necesario. Y tu calladita en toda la cena. Haz todo lo que yo te diga y no
hables si no te preguntan nada. –oí como hacía un sorbo a la cerveza.
-Pero José…
-dijo ella.
-¿Qué? –le
gritó.
-¿Sabes qué día
es mañana?
-No seas tonta.
Mañana es sábado…
-Sí, pero es
diecinueve de diciembre. Mañana hará dos años que estamos casados…
-¡Pues
felicidades! –dijo con desprecio.
-¿No te importa?
¿Ya no me quieres?
-Claro que te
quiero chiqui, sobre todo cuando me haces esos pastelitos tan ricos.
Oí como la chica
estaba a punto de llorar.
-¡Ay! ¡Por Dios!
¡Siempre llorando! Las mujeres solo sabéis fregar, cocinar y llorar… Y po
favor, maquíllate ese moratón que estás más fea que de costumbre…
-Pero José…
-¿Qué? ¿Quieres
que te pegue en el otro lado de la cara para igualarla? –vaciló.
Me quedé
estupefacta.
-Mira chiqui, si
lo que te preocupa es el aniversario yo mañana te compro unas medias o una
sartén de esas que a ti te gustan y estamos en paz… -bebió lo que le quedaba en
la botella y dijo:
-Venga Chino.
Traeme otra- le dijo al dependiente que se encontraba detrás de la barra.
-José, ya llevas
seis…
-¡Que me traigas
otra te dicho! –gritó.
-Creo que estás
bebiendo demasiado… -dijo la chica.
-¡Venga hombre!
A mi no me tienes que decir lo que tengo que hacer, en todo caso será al revés…
Ya no podía más,
estaba a punto de explotar. Me dispuse a hacer lo que debería haber hecho hacía
rato, pero en ese momento vi como entraba muy furioso un chico joven segundo de
una chica que lo intentaba calmar.
-¿Dónde está,
Chino?- gritó.
El hombre le
señaló la mesa donde se encontraba la pareja.
Todo el mundo lo
miraba expectante.
-¡No, Marcos!
¡No es la solución! –le gritaba la chica al joven furioso.
Este pasó
rápidamente por mi lado. Me giré y entonces pasó. El joven le dio un fuerte
puñetazo al tal José, que lo hizo caer de la silla.
-¿Qué? ¿Duele?
–le dijo.
La chica del moratón
empezó a llorar como una desesperada.
El joven Marcos
se dispuso a darle otro buen puñetazo al hombre del suelo, pero la chica se lo
impidió cogiéndole los brazos:
-¡Déjame Laura!
Le voy a dar su merecido. – se dirigió de nuevo a José- ¿Qué? ¿Te pensabas que
nunca nos íbamos a enterar de lo que le estás haciendo a nuestra hermana?
Miré a la joven,
ahora lloraba mucho más.
-¿Por qué no nos
habías dicho nada? –preguntó desolada.
Esta negó con la
cabeza. José se levantó del suelo riendo y comprobando como le salía sangre de
la nariz.
Esa escena era
un tanto violenta, pero miré a mi alrededor, nadie hacía nada, ni tan solo ese
tal Chino que ahora hablaba por teléfono.
-Tu hermana… Tu
hermana solo sirve para… -dijo sonriente.
-Hijo de…
-Marcos se dispuso a darle un puñetazo en el vientre pero no pudo por que su
otra hermana lo tenía bien cogido. A causa de eso José sí que le pudo dar un
buen golpe en la mandíbula.
-¡Marcos! –la
chica del moratón salió escopetada a ayudar a su hermano.
-¿Pero qué haces
chiqui? Vente conmigo que estarás mejor. Yo te cuido de maravilla. Si quieres
puedo cambiar. Ya no te pegaré tanto…
-¡Machista!
–chilló de repente uno de los abuelos del dominó.
-¿Poro qué dice
abuelo? –José se echó encima de este, y entonces sí. La gente empezó a gritar y
fueron a socorrer al pobre anciano.
En ese mismo
instante entró la policía.
-Gracias Chino
por llamar- le dijo uno de las guardias.
Mientras ponían
orden a toda esa batalla que se había formado, yo agarré una servilleta y mi
bolígrafo, lo escribí: “016” y seguido de un número de una abogada amiga mía:
-No estás sola…
-le dije a la chica mientras le daba la servilleta.
Entonces pensé:
“¿Mi jefe no quería una buena noticia? Pues la va a tener. Empezaré: Fregar,
cocinar y llorar… La violencia de género es un cáncer terrible. Ponle freno…”
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