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lunes, 3 de noviembre de 2014

Detectives


El hombre de la gabardina metió el sobre en el buzón. Con mucho cuidado, guardando su propia espalda, vigilando no ser perseguido por nadie. Había información de gran valor en ese sobre, datos vitales para Tomás al mismo tiempo que importantes para un gran número de curiosos; gente de apariencia inocente y pasado incierto que podría salir gravemente afectada de este caso e incluso verse implicada en delitos virales de atención mundial.

A el detective realmente le costó dar ese paso, y sufría por pensar que alguien podría estar espiándole. Sabía que su profesión le impedía poner al alcance de cualquiera ese valioso sobre, pero su parte más humana no le permitía estar delante del muchacho cuando este descubriera la verdad. Tenía la mente confusa, echa un lio, por suerte, sus años de experiencia le permitieron dejar los sentimientos a un lado y con agilidad y mucha sangre fría dejar el sobre y desaparecer entre las sombras de la noche.

Tomás dormía, no plácidamente, tenía el sueño nervioso e inseguro, se sentía vigilado y desprotegido solo en su pequeño apartamento. Un impulso le hizo abrir los ojos, en un movimiento seco se incorporó y dirigió su mirada hacia la ventana. Era difícil definir exactas siluetas en la oscuridad de la noche. Pero aun estando tan lejos y con la vista adormecida logró reconocer una sombra humana que corría en silencio por su calle. Llevaba algo en la mano, algo que parecía proteger con todas sus fuerzas, algo parecido a un sobre. De golpe lo entendió: si no era a través de las noticias, ya nunca sabría la verdad sobre su historia.


UNA DE DETECTIVES: EL SOBRE
Me cuesta mantenerme fijo, respirando bien. He visto al hombre de la
gabardina poniendo la carta en el buzón y ahora la tengo en mis manos, sin
Me siento en el sillón, noto las piernas débiles y mi  respiración agitada.
Es el. Lo sé. Y me quiere muerto.
Abro el sobre. Despliego la hoja y empiezo a leer.
-“Tomas. Te espero. No me busques. Yo vendré a buscarte.
No huyas, te encontraré.
Si no te hubieras metido en este lio, ahora estarías tranquilo, tal vez con una
taza de té en tus manos y escuchando una relajante música.
Pero no. Te has metido. Y tienes que participar. Ya eres un corrupto, como yo.
Mañana, en la plaza, me darás el sobre. A las ocho. No quiero que mires a los
lados, ni que dirijas miradas inquietas y movimientos bruscos, quiero verte
normal. Me darás el sobre con el dinero y me iré. Si lo haces bien,
desapareceré de tu vida, sino, te iré rompiendo a trocitos y nunca te dejaré,
seré como tu sombra.”-
Dejo caer la hoja al suelo y noto un escalofrío que me deja sin aliento.
Tiene razón. Yo me he metido en este mundo tan negro.
Le daré el dinero y todo se acabará.
O eso espero…                
                                                                          Zoe Stein


El detective leía el periódico sentado en su butaca. Sonreía, el titular de la portada era la noticia que esperaba leer desde hacía días. <>.

El detective aún recordaba aquella tarde, cuando el sonido del timbre había sonado en el despacho. Apenas hacía cinco minutos que el reloj había dado las nueve menos cuarto. <<¿Quién puede ser a estas horas de la tarde?>>, se había preguntado.
Al abrir la puerta se encontró con una cara conocida. Sabía perfectamente quién era, había visto muchas veces ese rostro en el telediario y en los periódicos.
            -Dime en qué puedo ayudarte. –Dijo el detective después de que la mujer se sentara.
            -Soy Blanca, la mujer de Tomás Bellber. Necesito que ayudes a mi marido, es inocente y sé que las pruebas que ha presentado el fiscal son falsas.
            -En dos semanas tu marido y tú recibiréis un sobre con toda la información que haya conseguido. –Había afirmado el detective después de meditar durante unos instantes.
Las dos semanas siguientes, el detective las pasó haciendo fotografías, interrogando testigos, buscando direcciones de gente que hubiera podido ayudar al fiscal... Y no descansó hasta que no cumplió con su trabajo.
El hombre de la gabardina metió el sobre en el buzón de Tomás Bellber y picó al timbre. Se alejó por la calle tranquilamente. Había hecho su trabajo, solo quedaba que Tomás y su mujer hicieran un buen uso de esa información.
                                                               Paula Fernández

Don Leonardo:
Cuando recibí aquel encargo pensé que sería una faena muy difícil. Pero el hecho de que el pueblo fuera solo de diez personas no facilitaba mucho las cosas.
Recibí el encargo un jueves de mayo. El señor Bellver me informaba de que su mujer había sido asesinada. Me pedía que descubriera el culpable. Fui a la casa de Tomás e investigué todos los rincones. Cuando salí ya sabía quién era el criminal: el jardinero. Lo supe por una gran evidencia habían matado a la señora Bellver con unas tijeras que se encontraban al lado del cadáver y el jardinero de la señora había perdido las suyas, que casualidad…  Cuando informé a Tomás Bellver me pagó lo acordado y al día siguiente colgaron al jardinero por criminal.
Quedaban ocho personas en el pueblo…
Poco tiempo después recibí otro encargo. Se trataba de investigar la muerte de madame Lenard, una mujer francesa que tenía una tienda de comestibles. Tras investigar al cadáver me di cuenta de lo que tenía en la mano derecha, su mano buena: una caja de pastillas de la farmacia del pueblo. Ya sabía quién era el culpable: el farmacéutico. Dos días después murió en el garrote vil por vender comprimidos envenenadas.
Quedaban seis personas en el pueblo.
El siguiente crimen no tardó en llegar. Los gemelos Johnson habían sido arrojados al mar desde un acantilado.
Mi investigación también dio fruto, pues al lado del acantilado el asesino se había olvidado un reloj inacabado. El relojero era el culpable. En el alba lo arrojaron a él también en el mar con un peso en los pies.
Quedaban tres personas en el pueblo.
Pasados tres días el panadero se quedó inerte en el suelo. Alguien lo había estrangulado. Solo quedábamos dos personas, Tomás y yo, y supe quién era el culpable. Fui al ayuntamiento y estrangulé a Tomás Bellver.
Así pues, don Leonardo, cumplí con su encargo. Ya no queda nadie vivo en el pueblo, salvo yo. Como me dijiste, matar es fácil, y cuando quiera envíame la siguiente tarea.
Atentamente
José

Cerré el sobre y me dirigí a la calle. Hacía mucho frío y me tapé con la bufanda. Tiré el sobre en el buzón, aunque sabía que nunca llegaría a su destino, pues el cartero ya no vivía.

Anna Umbert


               

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